lunes, 3 de febrero de 2014

Dear Monday

Para el Dear Monday de hoy he decidido iluminar el día con unas fotos de mi viaje a París, probablemente uno de los viajes mas importantes que he hecho nunca. No solo por lo obvio, París, sino porque lo realicé en un momento necesario y, además, lo hice sola. 
Fue excitante y terrorífico a partes iguales. Estar en una ciudad tan inmensa sin ninguna compañía me asustó un poco los primeros días; solo podía pensar en qué haría si me pasaba algo. Por suerte, mi maravillosa tía Puerto vive con su marido y sus hijos a una hora escasa de París (desde su casa se ve la Torre Eiffel a lo lejos), por lo que viví con ellos casi un mes ocupando el sofá (¡lo siento tita!). Por las mañanas cogía el metro temprano y me perdía por la ciudad, sin rumbo ni planes, sin ningún objetivo y sin apenas dinero (se lo llevó todo un crepe y un vaso de leche al lado de Notre Dame, casi me da algo cuando veo la factura oh, la, la). Por supuesto recorrí todos los museos de la ciudad, comí más macaroons de lo que puede asimilar una persona, visité todos los lugares turísticos e incluso una tarde fui al cine, una esquina diminuta cerca de Los Inválidos llamada La Pagode. Hay una historia detrás de este descubrimiento. Mi novio me pidió que buscará una pagoda para hacerle unas fotos, ya que él tenía muy buen recuerdo de su estancia en París hace años, por lo que escogí una tarde para buscarla y hacerle fotos. Él me dijo que estaba cerca de los Jardines de Luxemburgo, por lo que aproveché para ver el Pateón y buscarla luego. Busqué, busqué, busqué y pregunté a todo ser vivo y nadie sabía nada; una chica incluso me dijo que había una pagoda en unos jardines a hora y media de París, que podía ser lo que buscaba. Me fui a casa cansada y triste por no haberla encontrado, hasta que a mi chico se le ocurrió especificarme que la famosa Pagoda era un cine, por lo que la búsqueda fue más fácil y al día siguiente lo encontré sin problemas y aproveche para ver una película, aunque desgraciadamente no servían palomitas.
París había sido una obsesión para mí desde hacía mucho tiempo y cuando por fin vi que podía realizar el viaje no lo pensé ni un momento. Puede parecer muy triste estar en París sola, y sí es verdad que alguna vez eché de menos el poder compartir el momento con alguien, por ejemplo, cuando salí del metro por primera vez y desde el puente de Leopold Sedar Senghor vi la Torre Eiffel, comencé a llorar como una tonta, sin poder evitarlo, pensado que por fin estaba allí. Pero ahora sé que no me arrepiento de haber ido sola, pues el viaje no habría sido igual y la verdad es que no cambiaría ni un solo minuto.


















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